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“Mi deseo más profundo y mi esperanza es que se haga justicia”

 

Así lo aseguró Enrique Núñez el miércoles, al finalizar su declaración ante el Tribunal que juzga a 21 imputados por los delitos cometidos en el CCD La Cacha.

 

   

   En febrero 1977, cuando fue secuestrado, José Enrique Núñez tenía 25 años, era estudiante de economía y trabajaba en el Banco Comercial de La Plata; donde desarrollaba actividades gremiales. Antes de comenzar su declaración ante el TOFC 1, pidió al tribunal girar un poco la silla hacia los imputados, “me siento un poco incómodo, estuve tanto tiempo sin verles la cara cuando estuve secuestrado, que me gustaría inclinarme un poco para verlos”, aseguró.

 

   Durante las dos horas que duró el testimonio, Núñez dividió su relato en dos grandes ejes: su actividad gremial dentro del banco; y la actividad política de su familia, principalmente de su hermana María Rosa y de su cuñado Juan Carlos Rodríguez, ambos militantes peronistas. “En casa, por tradición éramos todos peronistas”, agregó.“

 

   En el año 76, con el comienzo de la dictadura, la Unidad Básica de mi barrio ya casi no podía ejercer sus funciones sociales y cerró. La mayoría de los que trabajaban allí, entre ellos mi hermana, pasaron a la clandestinidad. Me pareció que no era necesario que yo tome esa decisión sólo por mi actividad dentro del banco, a pesar de que la dictadura había prohibido toda actividad gremial”.

 

   Núñez contó que durante la 76, hasta su secuestro a mediados de febrero de 1977, fueron a su casa de los Hornos tres veces; las primeras dos a buscar a su hermana María Rosa y a su cuñado. Según explicó el testigo, fue personal del Batallón de Infantería de Marina 3 (BIM 3), ya que Juan Carlos Rodríguez era delegado gremial en el Astillero Río Santiago, lo cual era área de influencia de la Marina.

 

   La última vez fue en el año 77, entre el 15 y el 18 de febrero. “A pesar de los dos allanamientos anteriores yo seguía creyendo que no tenía por qué esconderme. Ingenuidad pura”, contó Núñez al explicar su actividad al día de su secuestro: “yo había militado en JTP a nivel de coordinadora, pero hacía mucho tiempo que me dedicaba exclusivamente a la actividad gremial dentro del banco”.

 

   Cuando fue llevado a la Cacha, el testigo creyó que estaba siendo trasladado hacia Arana, por la distancia recorrida y el camino recto, ya que en ese momento conocían la existencia de este centro clandestino; pero no del que se ubicaba en Olmos“.

 

   Durante los interrogatorios había mucha gente que fue mermando a medida que pasaban los días. Esto se debe a que había personas de todos los servicios que iban a buscar información. Luego sólo quedaron dos: el ejército y la marina. El primero por mi actividad dentro del banco, mientras que el segundo estaba sumamente interesado por encontrar a mi hermana y a mi cuñado”.

 

   Núñez declaró que en el transcurso del mes y medio que estuvo secuestrado, hubieron diez días en los que fue trasladado junto con otro compañero a otro lugar, del que supone era la comisaría de Punta Lara, partido de Ensenada, debido a su cercanía al río. Al regresar a La Cacha, ésta había sufrido algunas reformas. A su vez, una de las tardes escuchó un avión que invitaba a participar de los carnavales en el Club Unidos de Olmos, lo cual alejó sus sospechas de que era el CCD Arana el lugar donde se encontraba.

 

   “Yo me cerré mucho en el CCD, casi no hablaba con nadie”, explicó Nuñez; sin embargo relató que durante su cautiverio estuvo con Oscar Molino, que trabajaba en el banco provincia y formaba parte de la coordinadora gremial; Adrián Blanco, del Banco Hipotecario; María Rosa Tolosa que estaba embarazada. Respecto de ella, comentó que hasta el momento no había sido sometida a tortura física: “en ese momento nadie sabía que iba a tener mellizos. Estaba delgadísima, con una panza enorme. Ella también me contó que su compañero, Enrique, estaba mal herido y que habían estado anteriormente en un Centro Clandestino de Gran Buenos Aires del que contaban horrores”. Además, agregó que también había un chico de 17 años, que no recuerda el nombre pero que tenía apellido judío y que por esta razón había sufrido tormentos mayores.

 

   En uno de los diálogos con los represores, “el francés”, el testigo relató que se le ofreció un trato para quedar en libertad: “ellos sabían que yo le pasaba a plata a mi hermana y me dijeron que me soltaban si la entregaba. Mi hermana pasaría a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, porque al que querían era a mi cuñado. Yo dije que sí, pero sabía que una vez que esté afuera no me verían más un pelo”.

 

 

“No me quebraron”

 

  Una vez en libertad, Núñez comenzó a realizar los trámites para salir del país. Según el acuerdo que tenía con El Francés, debía comunicarse con ellos cada 15 días para brindar información sobre su hermana. El único encuentro que pudieron concretar, se dio atrás de la Iglesia San Ponciano, ubicada en 5 y 49, con dos personas vestidas de civil. Él les dijo que no tenía información y una vez que se retiraron los siguió y los vio ingresar al servicio de inteligencia del ejército.

 

   “Yo estaba con la espina, necesitaba saber de dónde son. Por dos cosas: por un lado porque no podían hacer lo que hicieron y ser fantasmas; y además quería pasarle la información a mi hermana de quienes eran los que la estaban buscando. Esa información tenía también un valor personal, el deseo íntimo de decirme ‘no te quebraron, no te pudieron vencer’”.

 

  Luego de ese encuentro, Núñez se fue del país, donde pasó gran parte de su vida hasta el día de su regreso en el 2010. Estando en el exilio, se enteró que el 22 de abril del 77, descubrieron la dirección de la casa de su hermana en 7 y 609. Durante el operativo, su compañero Juan Carlos Rodríguez logró escapar y María Rosa Núñez, le dejó su hijo de tres meses a un compañero que luego se entrega; y trata de escapar. María Rosa murió durante ese operativo que fue comandado por la Marina. Su cuerpo fue entregado a la madre y meses después, le fue entregado el bebe, Gonzalo Núñez, que estaba en casa Cuna.

 

   Antes de irse, quería dejar constancia en algún lado de las personas a quienes había visto en La Chacha y le dijeron que vaya a hablar con Monseñor Grasselli. “O él me mintió a mí, o le mintió a este Tribunal o les mintió a todos. Porque lo que dijo aquí no tiene nada que ver con lo que me aseguró a mí, él me dijo que se ocupaba personalmente de pasar la información (…) el asunto es que Grasselli no hacía absolutamente nada por el destino de los desaparecidos” aseguró Núñez haciendo referencia al testimonio que brindó el religioso en el Juicio por Circuito Camps.

 

   “Muchos de los que estamos aquí hemos esperado 37 años, y hemos vivido horrores; lo saben perfectamente ustedes y todos lo saben. Yo espero profundamente que se haga justicia, la responsabilidad es de ustedes. Lo esperamos todos por los que han muerto y por los que quedamos vivos que se tenga la valentía y la convicción de que realmente se haga justicia. Ese es mi deseo más profundo y mi esperanza”, finalizó Núñez, entre los aplausos del público.

“Si existe un infierno, creo haberlo conocido allí”

 

   Seguidamente de un cuarto intermedio, declaró Nora Patricia Rolli, quien brindó detalles de su secuestro y el de su padre en el CCD “la Cacha”, en manos de un grupo que se autodenominó “de fuerzas conjuntas”.

 

   La testigo relató que una vez llegada al CCD y antes de su primera sesión de tortura física con picana eléctrica, los represores le preguntaron: “¿Nunca te contaron qué hacemos acá?”. Después de la amenaza, la obligaron a desvestirse y comenzaron a propiciarle descargas eléctricas por todo su cuerpo, mientras la interrogaban. “No puede tener la noción del tiempo una persona que está siendo torturada”, afirmó. Además, ante la insistencia por saber qué había sido de su padre, los torturadores le advirtieron que se encontraba en una sala contigua, “escuchando los gritos”. También se acordó de cómo los genocidas subían el volumen de la radio para evitar escuchar los lamentos, aunque “hacía interferencia cuando usaban la picana, y eso era peor”.

 

   Luego de la primera aplicación de tormentos físicos, la ex detenida desaparecida fue trasladada a la planta alta del edificio, en donde pudo observar a “mucha gente tirada en el piso”, algo más parecido a una “escena dantesca”, que a otra cosa. Allí, y luego de pasar varios días en cautiverio, pudo reconocer a varios compañeros entre los que se encontraban: Antonio Bettini, Enrique Reggiardo, Susana Quinteros, Mariel Morettini, Guillermo García Cano, Graciela Quesada, Lucrecia Mainer, Elsa Luna, Mario Gallego, Rodolfo Axat, Ana Inés della Croce y los conscriptos Claudio Fortunato y Alberto Bozza.

 

   Sobre la detenida Liliana Pizá, la testigo mencionó que la “impresionó mucho verla porque era una hermosa mujer […] había sido muy fuerte en la tortura” y le habían roto dos costillas. Además, recordó que “decía que extrañaba mucho a su compañero” Alberto Paira y a su “beba Julita”. Además, en el sótano del CCD “La Cacha” donde cabían pocas personas y las ratas robaban su escasa comida pudo ver cómo Laura Susana Cedola de Monteagudo sacaba leche de su pecho y la ponía en una lata de tomate “porque había tenido a su beba pocos días antes”.

 

   Patricia Rolli afirmó al finalizar su testimonio: “Si existe un infierno creo haberlo conocido ahí”. Luego de estar casi tres meses secuestrada en “La Cacha”, fue trasladada a la Comisaría Octava y al Penal de Villa Devoto, donde permaneció detenida hasta julio de 1978. Al finalizar la declaración, dijo que si bien “esto es muy tardío”, haberle dado “pocos” datos a los hijos de quienes estuvieron secuestrados en el CCD “La Cacha”, es muy gratificante. Entre uno de los encuentros, destacó el que tuvo con los hermanos Baibiene, en donde les pudo entregar un par de aros que había intercambiado con su madre Elba Ramírez Avella en cautiverio.

Por Rocío Cereijo y Rosario Juárez

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