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“La vida nuestra, de los hijos, ha sido un rompecabezas”

 

 

Por Rocío Cereijo

   Julia Pizá tenía cinco meses cuando asesinaron a su padre Alberto Paira y secuestraron a su madre Liliana Pizá el 26 de abril de 1977 para trasladarla al centro clandestino de detención (CCD) “La Cacha”, donde la vieron con vida por última vez. Sin embargo, no fueron las únicas víctimas de la última dictadura cívico militar de su familia: su abuelo Pablo Pizá estuvo “detenido como rehén” un año y medio en el Penal de Rawson hasta el momento en el que desaparecieron a Liliana, su tía Diana Pizá “fue torturada y después puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN)” al igual que su marido Víctor Tomaselli, quien fue trasladado al Penal de Rawson y su tío Daniel Paira “fue secuestrado en la época del mundial” y permaneció en los CCD “El Banco” y “El Olimpo” durante tres meses, según relató Julia.

 

   “Alberto Paira, mi papá, fue asesinado cobardemente el 26 de abril de 1977 junto a Arturo Baibiene”, comenzó la testigo su relato. Ese mismo día, Elba Ramírez Avella y su mamá Liliana fueron detenidas en Berisso, para luego ser trasladadas a “La Cacha”, donde no se sabe con certeza cuánto tiempo estuvieron. También fueron secuestrados Leticia y Ramón Baibiene, junto a Julia hasta que el abuelo materno de los chicos pudo rescatarlos.

 

   “Toda mi familia tenía militancia política. Eran militantes del pensamiento nacional, de la justicia social, de un país distinto para todos y todas”, siguió Julia. Si bien residían en Bahía Blanca, tuvieron que irse de la ciudad debido al gran hostigamiento existente desde 1975 por la Triple A. Primero se trasladaron a Mar del Plata y finalmente a La Plata, donde “estuvieron viviendo un tiempo escondidos, resguardados por Adelina de Alaye”, quien pudo contarle sobre el momento en el que Liliana estaba embarazada, ya que nadie de su familia la vio en ese estado. La persecución era intensa, por lo que debían mudarse asiduamente.

 

   Las mayores revelaciones sobre lo que sucedió el 26 de abril de 1977 las tuvieron durante un homenaje en 2007 gracias a los vecinos de Berisso, quienes hicieron “un ejercicio de memoria colectiva” y se “empezó a respirar otro aire” gracias a la reconstrucción. Allí, pudieron constatar que el operativo comenzó un día antes y participaron más de cincuenta efectivos, “algunos uniformados y otros de civil”. En la mañana siguiente, irrumpen en la casa donde se encontraba Elba Ramírez Avella. A pesar de que intentaron impedirlo debido a la peligrosidad, Alberto Paira decidió ir a la casa, luego de que le llegaran rumores acerca de un tiroteo en Berisso.

 

   En el momento en que Paira intentó llegar a la casa de la familia Baibiene, las fuerzas se percataron y lo persiguieron, hasta que tropezó, cayó y lo asesinaron. “Yo lo estoy contando como si estuviera relatando la serie policial que acabo de ver. Es algo muy doloroso, pero trato de abstraerme de las personas de las que estoy hablando”, comentó Julia, mientras relataba acerca del asesinato de su padre, información que pudo conocer gracias a la recopilación de testimonios durante más de treinta años.

 

   El cuerpo de Paira fue entregado a sus padres con la condición de ser enterrarlo como NN: “A mi papá le quitaron la identidad […] es un desaparecido de alguna manera”. Gracias a investigaciones de Adelina de Alaye se pudo encontrar en el libro de ingreso a la morgue el ingreso de dos cadáveres NN. Julia Pizá expresó: “Le pido a la justicia que investigue a (Héctor) Darbón, (Roberto) Ciafardo, (Héctor) Rodríguez y (Héctor)Luchetti y al personal del Registro de las Personas”, ante las alteraciones evidentes que realizaron médicos certificantes y personal civil en complicidad con la última dictadura.

   Los tres niños: Julia Pizá, Ramón y Leticia Baibiene fueron trasladados al día siguiente “a un lugar donde había muchos chicos, probablemente haya sido Casa Cuna” luego de permanecer en casas de vecinos cómplices y partícipes del operativo. “Gracias a Leticia yo soy Julia Pizá, no soy cualquier otra persona y no sufrí lo que sufrieron los mellizos Reggiardo Tolosa”, comentó la testigo quien además contó que con sólo tres años Leticia Baibiene exigió que irse del lugar con su“primita” Julia Pizá. El abuelo materno de los Baibiene los retiró del lugar sin demasiadas complicaciones a pesar de no contar con ninguna constancia de parentesco con la bebé de cinco meses. “Los Ramírez Avella me cuidaron como si fuera una más”, recordó Julia, quien fue llevada a la casa de sus abuelos en Río Colorado el 20 de junio de 1977.

 

   “No hay fotos de mi mamá embarazada ni de mis papás juntos” reconoció Julia, quien pudo reconstruir la historia de sus padres a través de un “relato maravilloso, pero limitado” de sus familiares y compañeros de militancia. “Gracias a Adelina (Dematti de Alaye), Patricia (Rolli) y Raúl (Elizalde), esas fotos pasaron a ser mamá y papá”, destacó la testigo y continuó: “La vida nuestra, de los hijos, ha sido un rompecabezas”.

 

   “Me crié en una familia maravillosa, con la verdad, […] en la búsqueda de la justicia”, dijo Julia al finalizar su testimonio y reconoció que están “agradecidos a este momento histórico donde los derechos humanos son política de Estado”. Necesitamos, para poder finalmente hacer el duelo, […] que en este juicio se declare que mi mamá fue asesinada […] y que las personas que tengo atrás y el resto de los responsables, sean culpados por homicidio”.

“No solamente estoy acá por ella, sino por todas las Lilianas y por todos los Albertos que nos Faltan”

   Seguido del testimonio de Julia, su tía Diana Pizá afirmó: “Lo más terrible que nos pasó fue el secuestro de Liliana”. Celebró el hecho de poder declarar ante el Tribunal y dijo: “No solamente estoy acá por ella, sino por todas las Lilianas y por todos los Albertos que nos Faltan”.

 

   En 1974, Diana vivía en Bahía Blanca, estudiaba en la escuela dependiente de la Universidad Nacional del Sur y militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). A fines del año 74, “la represión ya se había agudizado”, motivo por el cual se fueron a vivir a Trelew junto con su compañero Víctor Tomaselli, donde fueron detenidos por la Policía Provincial de Chubut.

 

   El 10 de enero de 1976, luego de ser torturada es trasladada a Villa Devoto donde permaneció detenida hasta agosto de 1980. En la unidad carcelaria recibe la noticia del asesinato de su cuñado Alberto Paira: “Fue realmente terrible, porque aparte de ser el compañero de mi hermana y el papá de Julia, mi sobrina, era un compañero de militancia de la UES Bahía Blanca”. La tranquilizaron y le dijeron que Liliana había viajado a Córdoba pero en junio de 1977 recibe una carta de su madre en donde le afirmaban que estaban con Julia Pizá, lo que significaba que su “hermana no estaba”, ya que “Liliana había pedido que si le pasaba algo, Julia viviera con mi familia”.

 

   Los medios gráficos El Día, La Gaceta, La Nación y La Nueva Provincia publicaron notas en donde afirmaban que Alberto Paira y Arturo Baibiene habían muerto en un “enfrentamiento” con la Policía Federal, aunque “obviamente no fue ningún enfrentamiento”, relató la testigo. Además, revelaron que se había abatido a la Columna 27 de Montoneros y nombraron a Liliana como “la negra” responsable de Berisso, “o sea que ellos están admitiendo la detención de mi hermana, porque en el centro clandestino la llamaban `la negra´”, afirmó Diana. El medio bahiense “extrañamente obvia la detención de mi hermana”, probablemente porque Liliana podría haber sido trasladada a Bahía Blanca, según declararon compañeros de cautiverio.

 

   En el Penal de Villa Devoto, la sobreviviente de “La Cacha” Patricia Rolli le comentó que había estado secuestrada en ese CCD con Liliana. Cuando es excarcelada, Diana comenzó a buscar a su hermana con su papá “fuimos encontrando solidaridades, que en esa época eran realmente muy importantes”. La desaparición de personas “así como está tipificada como un delito permanente, el dolor también es permanente”, dijo Diana.

 

   “Acá hay individuos que están acusados de torturas y de privación ilegítima de la libertad, y mi hermana no está acá hoy, ¡yo tengo que estar hablando por ella, mi sobrina tiene que estar hablando por ella, no está!”, afirmó la testigo.

 

   Al finalizar su testimonio, Diana Pizá reconoció: “Realmente es muy bueno para mí estar sentada de frente al Tribunal, con los torturadores detrás, no como en otras ocasiones, que los tenía adelante torturándome”, y valoró estos espacios de justicia “porque creo que no son ni por generación espontánea ni por una cuestión administrativa, sino que son producto de una lucha de muchos años”

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