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“`El Oso´ era el de los maltratos más crueles”

 

Por Rodrigo Viceconti   

 

   Alberto está secuestrado en La Cacha, encapuchado escucha el ingreso de la patota con un nuevo detenido. El secuestrado parece golpeado, porque trastabilla constantemente con el suelo. Hace un intento para que la luz traspase la mugre de la capucha que lo cubre para ver quién es el nuevo cautivo, pero no lo consigue. Un instante después reconoce el canto del himno franquista: “Cálzame las alpargatas, cárgame el fusil, voy a matar tantos rojos como flores tienen marzo y abril”.

 

   Es viernes 7 de marzo, Juan Alberto Bozza se encuentra sentado frente al Tribunal Oral Federal en lo Criminal n°1 de La Plata, para ofrecer su testimonio sobre los hechos de 37 años atrás. A sus espaldas se encuentran los imputados de la causa, atentos a sus palabras.

 

   Alberto se desempeñaba como conscripto del Batallón de Comunicaciones 601 localizado en City Bell. En su franco correspondiente al día19 de abril de 1977, salió junto a otros soldados cerca de las tres de la tarde, pero al momento de acercarse a la guardia de salida el capitán de la compañía, Santiago Silvestre Badías, envió nuevamente a todos al batallón, menos a él.

 

   Se dirigió hasta la parada del colectivo 503, en ese momento se detuvo un Chevy azul, con cuatro personas que serían sus secuestradores. Luego sería trasladado hacia “La Cacha”. “Dentro del coche, me bajaron al piso, me taparon con una lona y me golpearon.”

 

   Quince minutos después, el auto se detuvo en un descampado donde había gente esperándolo. “Ingrese a un lugar por el cual había que subir unas escaleras, parecía un lugar elevado del suelo como un entrepiso, sin ver nada me di cuenta que allí había mucha gente”. Lo condujeron a una sala con un gancho en el piso y allí quedó esposado durante tres días.

 

   “Durante la noche, sin que me vieran me levantaba la capucha para poder ver y observé un escenario totalmente desconocido, era un lugar siniestro”. Juan Alberto describió a los jueces el sitio que había ganchos en el piso, alambrados y rejas a través de las cuales se escuchaban otros secuestrados. “Luego reconocí la vieja antena de Radio Provincia” advirtió.

 

   El testigo estuvo cautivo durante 70 días, desde la tarde del 19 de Abril de 1977 hasta la noche del 28 de junio del mismo año. Cuando lo secuestraron sólo le faltaban veinte días para dar de baja sus actividades en el Batallón.

 

   Junto con sus compañeros de cautiverio, poco a poco lograron reconocer la dinámica de las custodias, por la mañana lograron reconocer a un grupo de guardias que se denominaban “Los Carlitos”: Carlitos el bueno, Carlitos el cordobés, Puente Roto, Pájaro Loco. “También estaban los que realizaban los interrogatorios, maltratos y torturas, supongo que eran los de mayor responsabilidad: el Amarillo, el Francés, el Inglés y el Oso.”, comentó.

 

   Además había un segundo grupo de custodia, con quienes se relacionaban diariamente ya que eran los encargados de llevarles el mate cocido, la comida conocida como “el rancho”, o los acompañaban al baño. A través de los apodos Alberto los reconoció como “El Pollo”, “Palito”, “Pablo”, “Jota”, “El Gallego” y “Santos”. “Probablemente Santos era el más furtivo, le gustaba espiar lo que hacíamos, un día me levanté la capucha y me vio, y ese día no me dieron de comer”.

Interrogatorios

 

 Alberto fue interrogado tres veces. La primera sesión de tortura fue diez días después de su secuestro: lo colocaron desnudo sobre una cama sin colchón, sobre los elásticos de metal, lo ataron y le pasaron picana eléctrica. Allí le preguntaron sobre su militancia, ya que antes de estar como conscripto militaba en el Partido Socialista de los Trabajadores. “El Oso, era el que más se destacaba por los tormentos, las torturas, las golpizas, era el de los maltratos más crueles”.

 

   En el segundo interrogatorio Alberto fue trasladado a un lugar similar al de la primera vez: le levantaron los brazos y lo anudaron a un gancho por encima de su cabeza, mientras le realizaban preguntas le pasaban corriente eléctrica y lo golpeaban. “Vamos que sabés donde están las armas, me decían, pero eso no era cierto, porque mi partido estaba en contra de las guerrillas”, contó el testigo.

 

   El tercero se realizó en un ámbito en el que no hubo golpes, ni corriente eléctrica. “Estoy convencido de que la persona que me interrogaba conocía sobre el partido”. Alberto había dejado de militar en Abril de 1976, ya que un mes después del golpe fue incorporado en el servicio militar obligatorio.

 

 

 

Compañeros de cautiverio

 

   A pesar de la poca relación que podía tener con otras personas, Alberto logró reconocer a algunos de los secuestrados que compartieron cautiverio con él. Detrás de una reja que los separaba, pudo vislumbrar a una mujer embarazada de apellido Barroco y a su esposo Gustavo. A su lado, también observó a un conscripto: “a ese chico le habíamos puesto un apodo, debido a una enfermedad que se había contagiado en el batallón le decíamos ´Sarnilla´. El testigo comentó también que reconoció a Juan José Torres, que trabajaba en Previsión Social, a Rodolfo Varela, estudiante de Arquitectura, a ´Cuqui´ y ´Tano´ ambos compañeros de militancia. “Cuqui era de poner sobrenombres, a mi me puso ¨Jugal¨ por una marca de soldaditos de plástico”.

 

   “Allí también reconocí a Patricia Rolli, militante de la UES, y a su padre, al señor Betinni, una persona mayor de unos 60 años, a un joven de apellido Contardi, y una muchacha muy delgadita que le decían ´Bichi´ y era Elba Ramirez Avella”. Alberto explicó que además pudo ver a una mujer embarazada llamada María Elena Corvalán, a una pareja que le decían Simón y Simona, y a otro matrimonio llamados Anahí y Chango.

 

 

Liberación

 

   El 28 de junio al mediodía, un guardia al que le decían “Míster X” le dijo que iba a “tener buenas noticias”. Por la noche, lo encapucharon, y lo metieron esposado a un Fiat 600, luego de varias vueltas se detuvieron en un descampado, lo bajaron y le dijeron que no mire para atrás. “Cuando se fueron me orienté, porque se divisaba el fósforo de YPF, y me di cuenta que estaba en la avenida 520”.

 

   Mientras Alberto estuvo cautivo, en el Batallón 601 lo catalogaron como “desertor”, por lo que fue obligado a un año completo de nueva conscripción. “La mañana del 29 de junio volví al Batallón, y fue muy difícil, porque no podía hacer público que había sido secuestrado ya que era el mismo aparato militar de represión”.

 

   Tras más de dos horas de declaración, Juan Alberto Bozza se retiró de la sala con el aplauso del público y los organismos de derechos humanos que presenciaban la audiencia.

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